Serena se gestó como uno de esos productos que contiene todos los ingredientes para dar al espectador la seguridad de saber que película verá antes de que se apaguen las luces de la sala. La directora, Susanne Bier, puede presumir de un estilo propio –algo errante- que se ha visto reconocido y premiado en los últimos años (“En un mundo mejor” obtuvo el Oscar a la Mejor película de habla no inglesa) y la pareja formada por Lawrence-Cooper ya había asentado sus credenciales tanto individualmente como de forma conjunta (destacando “El lado bueno de las cosas” y en menor medida “La gran estafa americana”) Si a estos factores les sumamos un valor de producción a la altura, la cinta transmitía la seguridad de presentar una historia de época sólida. Sin embargo, el cine, la industria, el séptimo arte o como se le quiera llamar, no atiende a formulas matemáticas y cuando la ecuación carece de alma todo queda deslucido, insulso. Es ahí donde Serena se estrella, resultando una película fría, sin corazón, una historia ahogada alrededor de un aura nihilista.
Serena nos sitúa en la gran depresión de los años veinte, donde George (B.Cooper) es dueño de un negocio maderero que avanza con dificultades en su camino hacia el éxito. Tras conocer a Serena (Lawrence) – o mejor dicho, verla montando a caballo- George decide acometerla con una proposición de matrimonio tan falta de magia y veracidad que parece una burla a esas comedias románticas que revientan taquillas. Pero ok, se entiende que la película tiene mucho que contar y pocas ganas de perder el tiempo en una unión que es sabida por todos, así que velozmente nos situamos junto al feliz matrimonio en el negocio maderero, donde las piezas deben empezar a bailar.
El primer acto transcurre sin prisas, probablemente en la búsqueda por situar perfectamente al espectador en escena y profundizar en los protagonistas, pero esas intenciones no se cumplen y termina resultando un paseo de más de treinta minutos al trote de un caballo que cojea. Los protagonistas adolecen de algo que quizás se dio por sentado simplemente por quienes los interpretaban, Serena y George no tienen carisma, resultan distantes, antipáticos, como aquella pareja de vecinos con la que solo nos atrevemos a comentar el tiempo.
La película se toma demasiado tiempo en llevarnos al segundo acto, y cuando el guión trata de dar un empuje a la trama presentando conflictos y aumentando la dificultad de las encrucijadas que debe hacer frente el matrimonio, la frialdad ya nos rodea por completo y nada llega a conmovernos. Se adivinan intenciones dramáticas en la trama, pero a la falta de empatía general hay que sumarle un montaje que otorga tiempos incorrectos a las fases de la película. Pasamos apresurados por momentos a exprimir y nos detenemos en situaciones que insisten en una mirada inocua de los hechos.
Serena se muestra como un melodrama errante, sin pulso, del que se aprecian pequeñas batallas alrededor de la tragedia pero ningún objetivo concreto. Nada peor para un melodrama que la frialdad en sus personajes, George (Cooper) solo llega a cumplir como anti-héroe, y el personaje de Serena (Lawrence) inicia un camino hacia la desesperación del que no llegamos a ser participes. Quizás la mejor opción sea resguardarse tras el rol que ejecuta Toby Jones como el sheriff McDowell, y tratar de acabar con todo cuanto antes.
Serena muestra detalles de calidad, pero ninguno de ellos llega a brillar lo suficiente para evitar la apatía de la cinta. La película no se desarrolla sobre un mal guión, tiene una pareja de protagonistas con química demostrada anteriormente, una directora capaz de defenderse tras la cámara y una historia que contar con amplios matices, pero en algún momento estas piezas de orfebrería dejaron de encajar ofreciendo en pantalla una película distante, sin nervio.