A la hora de comentar una película de la talla de «La noche de los muertos vivientes» se presenta un primer problema de difícil solución. ¿Qué ha resultado más importante para el género de terror, el film en sí mismo o la admirable mente de su creador, George A. Romero? Empecemos por el producto a ver qué tal.
El argumento, teniendo en cuenta que data de 1968, resulta atrevido e impactante. La radiación de un satélite consigue levantar a los muertos en busca de carne humana para alimentarse. En medio de este acontecimiento sin precedentes, siete personas consiguen huir de los zombis y refugiarse en una granja aislada en el campo, que pronto será rodeada por estos monstruos. La película consigue atrapar al espectador en una espiral de suspense y terror que pocas producciones actuales alcanzan. La sensación de aislamiento y vulnerabilidad ante un posible ataque de docenas de estos monstruos, junto al enfrentamiento entre los distintos personajes por cómo defender el lugar, transmite un claro mensaje: el peligro está en todas partes.
Para estar a la altura de tan lgorada trama, los actores supieron personalizar en cada uno de los personajes las distintas formas de enfrentarse al miedo. Duane Jones (Ben) representa al héroe forzado, dispuesto a luchar hasta el último momento por la supervivencia; Karl Hardman (Harry), supo personificar todo lo contrario, el egoísmo del género humano dispuesto a sacrificar a otras personas con tal de sobrevivir; por último, cabe destacar a Judith O’Dea (Bárbara), que borda el papel de víctima y testigo de un ataque de zombis que acaba con la vida de su hermano y le hace caer en un estado de shock, del que no sabrá cómo recuperarse.
El film supone todo un clásico del género de terror y ha provocado un sinfín de adaptaciones con mayor o menor éxito, balanceándose entre la cómica «La divertida noche de los muertos vivientes» hasta la súper taquillera «Guerra Mundial Z» o la saga «Resident Evil». De hecho, para esta superproducción se barajó en un primer momento el nombre de Romero para su dirección, pero su no participación ni mucho menos ensombrece la notable trayectoria del estadounidense.
Romero alcanzó el éxito a los 28 años con esta «La noche de los muertos vivientes». Con poco presupuesto, un tratamiento del terror único e imágenes impactantes para la época, comenzó una ya consagrada carrera como «director del miedo», que mantiene viva hasta la actualidad. En su larga filmografía destacamos dos producciones más, «Muertos vivos, la batalla final» de 1978 y «El día de los muertos vivientes» de 1985. Son la segunda y tercera parte de la película que comentamos en estas líneas, respectivamente. Hablar de lo nefasta que supuso la segunda parte, no merece más palabras. No obstante, el cierre de la trilogía constituyó una prueba más de lo que todos los amantes del género ya conocíamos y es que Romero puede conseguir realizar grandes películas con tan sólo desarrollar una buena idea. Este último film de la historia de los zombis radiactivos muestra un mundo dominado por los muertos vivientes y a unos militares encerrados en un búnker, que no radará en ser asediado.
La trilogía quedó así cerrada, sin embargo, llegó a pensarse una cuarta parte en la que los zombis aparecían máws como un problema social que como una amenaza. Al final, este proyecto se desestimó y el genio del terror decidió actualizar «La noche de los muertos vivientes» en 1990, con un remake escena por escena, del que se limitó a escribir el guión, para dejar a Tom Savini dirigir un film que resultó flojo y mucho menos impactante que su antecesor.