¿Por qué gusta el cine, si en el fondo no es más que un momento de hipnosis en el que juegan con nuestra mente y nos engañan? Todos los participantes en las películas son cómplices de un engaño por el que pagamos para pasar nuestro tiempo aislados de la realidad que nos rodea. Los directores muestran sus visiones y sólo enseñan lo que quieren que veamos; los actores son los mayores mentirosos, acercándonos a personajes que ni existen, o si lo han hecho, jamás sabremos si actuaron como nos hacen ver; la música sirve para acompasar las emociones y encontrar la modulación precisa para hacernos creer y sentir unos sentimientos que en realidad sólo estamos viendo…
Esto es “Holy Motors”. Desde el principio se muestra al público como zombis que miran a la pantalla cual ejército en formación en busca de su ración cerebral de emociones. Pero esas emociones han de ser transmitidas de una manera adecuada. Para ello, Leos Carax (que llevaba trece años sin dirigir de manera individual, desde el estreno de “Pola X”) utiliza a su alter ego y actor fetiche, Denis Lavant. Nos lo presenta como el Sr. Óscar, un padre de familia que sale de su casa para ir a trabajar mientras se despide de su mujer y sus hijos, mientras pasea su mirada por su colección de coches de alta gama. Pero hoy le espera su chófer y secretaria (Edith Scob) abriéndole la puerta de su blanca limusina. Y una vez dentro termina la realidad y empieza el personaje. ¿O es al revés? La limusina es su medio de transporte y su camerino, donde tiene todo lo necesario para realizar las transformaciones que necesita. Y París es su escenario, su gran plató, pero visto de una manera distinta a lo acostumbrado: un París cotidiano, oscuro y brillante a momentos, que se cuela como otro personaje a lo largo de las historias.
La misión del Sr. Óscar durante el día será ir resolviendo distintas “citas” a las que deberá enfrentarse con mayor o menor éxito, dándoles a todas, eso sí, toda la credibilidad resultado de su total entrega a la profesión que desarrolla. Así comenzará su día como indigente pidiendo limosna en uno de los puentes de París; se transformará a continuación en actor de capture motion, en la que prestará sus movimientos para cualquier personaje de animación, en lo que supone la actuación más plástica y erótica de toda la película; dará vida de nuevo al Sr. Mierda (tras su aparición en Tokyo! -2008-, el film dividido en capítulos sobre la visión de la capital nipona dirigida por Bong Joon-ho, Michel Gondry y el propio Leos Carax), aportando la historia más surrealista y bizarra; se convertirá en padre de familia indignado ante la primera vez que su hija le miente; hará un número musical tocando el acordeón; se convertirá en asesino de sí mismo; dará muerte a un anciano ante la mirada de su sobrina, ante la que redimirá sus errores y se verá perdonado, en lo que supone uno de los momentos emotivos de la película; recuperará por un instante el amor perdido, interpretado por Kylie Minogue, que se marcará un número musical dramático que será el culmen dramático de “Holy Motors”; y acabará el día de nuevo como padre de familia que vuelve a casa tras un día de trabajo…
Con este barullo de historias Leos Carax nos muestra un abanico de géneros cinematográficos para darnos una visión general de lo que es el cine, y más concretamente de lo que supone la interpretación (a pesar de lo extraño de la historia, mi voto para la nominación de Denis Lavant al Oscar), donde el actor no es más que una mera herramienta de trabajo al servicio del verdadero motor de la industria, y en el que acompañamos como espectadores a esa ruleta de sentimientos falsos que a veces nos hace sentir tan bien.
Mi recomendación es verla sin esperar mucho a cambio y no quedarse en la superficie: intentar ver más allá del maquillaje y la máscara, aunque en realidad nunca sabrás si has profundizado lo suficiente.
Valoración: 6,5/10
Lo mejor: Denis Lavant
Lo peor: Que no sepas clasificarla como genial o absoluta chorrada
Alternativas: Imposible encontrar algo similar.
Autor de la crítica: Manuel Millán Sama