De la mano de J. J. Vargas y Vicente García llegará este libro en el cual se analizará detalladamente esta popular serie de televisión. El libro nos conducirá a desde los orígenes de la serie hasta la actualidad y la novena temporada a la que se acaba de dar luz verde en los USA.
Se estudiarán los referentes de la serie, se analizará a los personajes de la misma (desde Jack Bauer a todos sus amigos, enemigos, compañeros de trabajo, etc). Además, contará con un amplio análisis de todos capítulos de la serie, detalles de la intrahistoria de la misma, etc.
La editorial Dolmen ha iniciado un proyecto de búsqueda de mecenas para que esta obra que ningún fan de la serie puede perderse, salga a la luz. Puedes encontrar más información sobre el proyecto aquí:
http://www.verkami.com/projects/5723-todo-sobre-24-la-serie-de-tv-definitiva
La totalidad del dinero recibido se destinado a pagar la imprenta del libro así como al diseñador que se encargará de montarlo y maquetarlo, así como a los envíos del mismo.
Extractos de 24: Ocaso a contrarreloj:
Surnow, guionista televisivo de la vieja escuela, en lugar de pensar en cómo acortar una temporada, terminó pensando en dilatarla, y supo que había tenido una buena idea apenas dio con el número mágico: en lugar de veintidós capítulos, serían veinticuatro, y cada capítulo supondría un segmento de tiempo real insertado en el conjunto de un día completo.
Animado, llamó a Robert Cochran, compañero de fatigas en algunas producciones televisivas de relativo éxito. Le explicó la idea, y éste le respondió que le parecía imposible plantear toda una temporada en un día. «Le dije que probablemente tenía razón, y me tomé una ducha». Afortunadamente el bueno de Joel continuó dándole vueltas a aquella idea descabellada. No sabía qué hacer con aquello, pero sí que debía hacerlo: como un héroe que continúa su camino haciendo caso omiso de los protocolos. Sólo le faltaba un argumento que justificara aquella delirante aventura narrativa.
Dos días después volvió a llamar a su camarada para proponerle una segunda oportunidad a su idea. Sentados en una pastelería, pensaron en lo divertido que sería plantear los acontecimientos en el transcurso de una boda: los preparativos cada vez más complicados de una ceremonia nupcial, y su resolución. La idea fue desechada al poco por motivos obvios pero, además de ser aprovechada dos años después para parte de la segunda temporada de la serie, sentó las bases de la verdadera pregunta: ¿qué razón podría impulsar a una persona a permanecer activa durante un período de veinticuatro horas?
Eliminada la comedia, el motor de la acción tenía que ser forzosamente algo extremo y terrible. «Como el asesinato de un Presidente», aventuró alguien en aquella reunión. Entonces el género apareció claro. «El asesinato es uno de los motivos que te dan una meta hacia la que ir, no descansas hasta que el amenazado está a salvo o el asesino es capturado», razona Surnow. Emparentado con intrigas como En la línea de fuego (Wolfgang Petersen, 1993) o Chacal (Fred Zinnemann, 1973), el argumento magnicida empezaba a tomar cuerpo, y quedaba más o menos cubierto con la creación improvisada de un agente federal todoterreno que protagonizaría la trama, y que en principio sería bautizado con el ochentero nombre de Jack Barrett. «¿Y si además de esto desaparece la hija del agente?». «Demasiada coincidencia». «¿Y si no es una coincidencia?».
La extraña pareja ya tenía proyecto. No tardaron en presentarlo a Fox TV, que apenas distinguió sus posibilidades decidió comprarla y producir el episodio piloto con un presupuesto de 4 millones de dólares, el más amplio de la historia de los pilotos hasta el momento (sólo superado tres años después por el primer episodio de Perdidos, cifrado en 13 millones), algo que resultó una experiencia muy gratificante para Surnow: «Había escrito once pilotos en toda mi carrera, y ninguno había llegado a filmarse. Nunca tuve éxito en esta área. Siempre me vi como un buen guionista de encargo, que podía hacer funcionar un programa, pero nunca pensé tener lo necesario para ver algo mío filmado; de modo que aquel fue un gran momento». Pero aún quedaba por definir el motivo por el que todo había sido concebido: el uso (y los recursos) del tiempo real.
Si bien en el pasado hubo experimentos similares, ya fuera en clásicos como La soga (Alfred Hitchcock, 1948) o Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952) todos se limitaban a un intervalo de apenas dos horas de duración, en el transcurso de las cuales el protagonista apenas dejaba de aparecer en pantalla. El problema de respetar el tiempo real de esta forma en un lapso argumental de veinticuatro horas era definitivamente apabullante: el personaje principal jamás podría tomar un avión, jamás podría viajar en coche de un lugar a otro de la ciudad, cada minuto de estos tiempos muertos habría de ser registrado en aras del rigor temporal autoimpuesto. Parecía imposible resolver aquella ecuación, cuando apareció sobre la mesa la palabra milagrosa. Y la palabra no era otra que subtrama.
Cegados con la novedad de lo que intentaban construir, Surnow y Cochran, perros viejos del guión, habían dejado a un lado algo tan básico en sus carreras previas como el poder de la subtrama y, probablemente sin aún saberlo, acababan de reinventar este elemento clave de la narrativa televisiva convencional. Desde ese momento, las historias comenzaron a multiplicarse: además de al protagonista, un embrionario Jack (que acabó tomando el apellido de una de las ejecutivas de producción, Elanie Bauer), dieron una historia a la hija del agente, a su exmujer, al asesino y al propio candidato a la presidencia, de forma que existiera la posibilidad de solapar unas con otras, para hacer las veces de elipsis narrativa cuando se hiciera necesario suspender temporalmente alguna de las tramas.
A pesar de todo, la dificultad implícita en un proyecto narrativo como éste ha llegado en ocasiones a desesperar a los escritores. Según el intérprete Kiefer Sutherland, «los guionistas se vuelven locos, llegas al plató y notas realmente tenso a todo el equipo técnico y de producción, aunque para un actor el tiempo real es una bendición». De ahí que para la segunda temporada, los creadores se plantearan seriamente hacer que cada capítulo constituyera una unidad de veinticuatro horas: «Escribimos un guión prototipo», recuerda Cochran, «y había puntos realmente interesantes, yo era uno de los que creían que era imposible sostener la fórmula más allá de la primera temporada». Sin embargo, aquel no era el high concept que les había llevado al éxito, y el rigor de la cuenta atrás volvió a imponer la cordura.