Escobar: Paraíso Perdido

Escobar: Paraíso PerdidoAndrea Di Stefano, nacido en Roma en 1972, se crió con las comedias italianas y un tipo de cine popular. Como adolescente tímido, encontró su salvación sobre los escenarios. “Empecé en el teatro”, recuerda. “Eso me ayudó. Me subía a un escenario, actuaba y, cuando me bajaba, la timidez volvía a apoderarse de mí”. Con 20 años, se marchó a Nueva York, donde asistió a una escuela de arte dramático. En 1997, Marco Bellocchio le ofreció su primer papel en el cine en “El príncipe de Homburg”.

Doce meses después, Dario Argento le ofreció un papel en “El fantasma de la ópera”. Tras regresar a los Estados Unidos, Julian Schnabel lo eligió para trabajar junto a Javier Bardem y Johnny Depp en “Antes que anochezca”.

En 2009, bajo la dirección de Marina De Van, intervino junto a Sophie Marceau y Monica Bellucci en “Don’t Look Back”, que se proyectó en Cannes. “Nine” también se estrenaría en 2009, y, aunque Rob Marshall no le dio un papel principal, a Andrea Di Stefano no le importó. Ya estaba pensando en la historia de ESCOBAR: PARAÍSO PERDIDO. “He hecho algunas buenas películas y he tenido algunos buenos papeles pero, al final, me di cuenta de que lo que yo quería era otra cosa”, explica.

¿QUÉ HIZO QUE QUISIERAS PONERTE TRAS LAS CÁMARAS?
Siempre me ha interesado la narración. Lo llevo dentro. Mientras que no puede decirse lo mismo de la dirección. Nunca había pensado siquiera en hacer mi primera película. Sólo tenía una historia que ofrecer. Únicamente puedo transcribir lo que veo en mi cabeza. A mi modo de ver, el director reproduce una especie de mundo imaginario creado por él. En mis sueños, veo los planos más hermosos y las mejores puestas en escena. Intento unir las imágenes, las escenas y las emociones, para ponerlas al servicio de la historia, valiéndome de mis experiencias como actor y mis gustos cinematográficos. Siempre me ha entusiasmado el cine, me encanta “Amanecer”, de Murnau, o “Fellini, ocho y medio (8½)”, de Fellini, y toda la obra de Kurosawa. Es, sin duda, mi única gran pasión desde mi infancia. El rodaje no fue fácil, pero todos dieron lo mejor de sí mismos. Mi obsesión era encontrar el equilibrio adecuado entre las emociones y lo que estaba sucediendo ante la cámara, de modo que los espectadores pudieran sentir la sinceridad de la escena, tal como la transmitían los actores.

¿CÓMO MANEJASTE A LOS ACTORES?
Cuando he trabajado yo mismo como actor, aunque no fuera precisamente Marlon Brando, siempre me sentí un poco frustrado porque tenía la impresión de que los directores no siempre prestaban atención a lo que nos preocupaba. El actor llega con su carga emocional, sus tensiones y sus expectativas y el director debe intentar hacer cuanto esté en su mano por tranquilizarlo, para que pueda esforzarse al máximo cuando llegue el momento. Una vez acabada la escena, debe hacerle pensar que ha hecho todo lo posible cuando vuelve a su camerino. Eso es lo que intento hacer yo. Escuché las ideas de todos, aunque no las usara. Las películas son cuestión de trabajo en equipo. Tengo la habilidad de leer un guión y trasponer visualmente la historia, y de imaginar cómo podría mejorarla. Siempre he hablado las cosas con los directores, así que, ¿por qué no hacer lo mismo con los actores a los que dirijo?

¿TE PARECIÓ QUE EL MONTAJE FUERA COMO SI ESTUVIERAS ESCRIBIENDO UNA NUEVA VERSIÓN DE TU HISTORIA?
Era otra versión de la misma. Había oído decir a otros directores que cortar cosas podía resultar muy difícil. Yo me encontré afrontando problemas distintos, pero siempre tuve presente la historia. Eso fue fundamental. Tenía que sumir al espectador en una atmósfera y no permitirle salir de ella.

¿CUÁLES SON TUS INFLUENCIAS?
Tiene gracia, pero sólo empecé a fijarme en la belleza de una imagen hasta bastante tarde. Me convertí en un apasionado de la ópera a los 19 años. Cuando empecé en el teatro, descubrí que el escenario y la fuerza de la narración, combinados con música, pueden inspirar profundas emociones. Eso me dio una cierta dirección. Siempre me ha atraído el cine que gira en torno a grandes historias. Mis influencias son italianas, por supuesto, el cine de las décadas de 1950-60, pero también me gusta mucho el cine japonés.

¿QUÉ QUERRÍAS QUE SINTIERAN LOS ESPECTADORES AL SALIR DEL CINE DESPUÉS DE VER ESCOBAR: PARAÍSO PERDIDO?
Creo que la gente va al cine porque es lo más cerca que pueden llegar a estar de sus sueños. Los primeros planos sorprendentes, los paisajes, la gente que expresa cosas que entiendes más tarde, la música, las imágenes, el sonido, las sombras, eso es lo que busca la gente en una sala de cine. Y eso es lo que la televisión no puede ofrecer. Me gustaría que los espectadores sintieran empatía por Nick y María, pero también por Pablo. Durante la última escena, me gustaría que sintieran lástima por ese hombre.

¿PESE A TODAS LAS ATROCIDADES QUE COMETE?
Siempre está la cuestión de cómo contar el aspecto positivo de un personaje tan horrible y malvado. No soy documentalista. Mi trabajo consiste simplemente en contar una historia, hacer una película con, al final, una lectura puramente filosófica de este hombre. Sus actos violentos hablan por él.

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